Tuesday, January 23, 2007

Sexo, mentiras y novelas eróticas


Hace algunos añitos, estaba yo en la facultad de Periodismo, en el bar, desde luego, tomando unas copas y fumando un cigarro (todavía se podía beber y fumar en la universidad), cuando llegó Lola. Lola era una compañera un poco gallega, un poco pelirroja, un poco atlántica, Lola (García Otero) es hoy una gran actriz, y era entonces una gran escritora, o eso decía. Por aquella época estaba de moda entre los tíos explorar tu lado femenino. Yo , un poco por llevar la contraria, me dedicaba a explorar mi lado literario, ya sabéis, como el lado femenino, pero a la sombra de las muchachas en flor, todo muy proustiano. Yo es que soy proustiano, por la gracia de Dios.

El caso es que, explorando mi lado literario, me dedicaba a escuchar atentamente todo lo que se decía a mi alrededor, para luego construir diálogos en mis relatos, y así escuché a Lola explicar que estaba escribiendo una novela, pero que no sabía cómo seguir.

- Es que me he atascado en la escena erótica. –dijo la tía.

Me dejó de piedra. No sólo escribía novelas, sino que además lo tenía todo tan claro que hasta incluía una escena erótica. Hacía falta tener capacidad de planificación para hacer eso. Luego me di cuenta de que además hacía falta tener talento. E ingenio. Y voluntad. O las tres “bes” del torero: boluntad, balor y buevos. A Lola le sobraba todo eso, o al menos me lo pareció en aquel momento. Le sobraban las “bes”. Y los buevos. Le sobraba incluso la literatura, porque Lola no necesitaba literatura para escribir una escena erótica.


Aunque lo que yo intento aquí es dilucidar si la literatura necesita las escenas eróticas. O de si necesita del erotismo. Me acuerdo de eso que contaban sobre cuando a Cela le pidieron un argumento, y contestó: “tome nota, un hombre ama a una mujer. Con talento, le sale la Cartuja de Parma”. ¿Y si en vez de talento le añadimos un poco de carne? Luego volveré sobre el tema de la carne, pero ahora me interesa entender si la novela necesita de una escena erótica para ser novela. ¿La novela del siglo XXI será erótica o no será? Vaya usted a saber. El hecho es que cada vez hay menos erotismo en la vida real, asi que, ¿cómo va a haberlo en la literatura? Mi novela, Cuando Fuimos Agua, no quisieron presentarla en la Casa del Libro, porque en la contraportada pone algo sobre erotismo. Y en Radio Intereconomía, cuando me entrevistaron, se me ocurrió ponerme a hablar sobre pornografía, y el entrevistador, Pepe Cavero, arqueó una ceja, sonrió y cortó cuando ya la cosa empezaba a ponerse caliente. Debió ser la entrevista más corta que recuerdo en mis 20 años de periodista. Ni dos minutos. Una rapidita, que se dice. Entrevistatio precox. En fin.

El problema es que la literatura sufre un poco de lo otro, o sea, de la eyaculatio precox, y por eso el placer lo sirve envasado, enlatado, envuelto en papel celofán, y rapidito. Sobre todo rapidito. Un aquí te pillo aquí te mato, que se dice. Y ante tanta rapidez, ¿dónde queda sitio para el erotismo? Decía el gran Berlanga que a él lo que le gusta no es desvestir a las mujeres, sino vestirlas. Lo ha dicho en varias charlas suyas a las que he asistido. Recuerdo que en una de ellas, Carmina, una amiga que me acompañó, estaba escuchándole atentamente cuando empezó con lo de vestir a las mujeres. Y entonces, mirándola fijamente, Berlanga añadió: “a usted, señorita, por ejemplo, ¿no le gustaría que yo la vistiera?” Y Carmina, ni corta ni perezosa, contestó: “Uy, no tiene usted dinero para vestirme a mí”.

En esta sociedad, en la que todo se paga con dinero, en la que todo se entrega convertido en producto, el erotismo tiene su sitio, desde luego, pero es un sitio en los escaparates y en los estantes de los grandes almacenes. El erotismo de la vida cotidiana desaparece cada vez más, y lo mismo ocurre con el erotismo en la literatura. A mí es que, antes, las novelas que me ponían más cachondo no eran las eróticas. Eran las otras, esas en las que lo erótico aparecía entreverado con lo no erótico. Yo recuerdo que mis primeras poluciones nocturnas, las deliberadas, quiero decir, fueron inspiradas por la Familia de Pascual Duarte, de Cela. Debía tener yo 10 u 11 años, y no les quiero ni contar cómo me puso la descripción esa de las pantorrillas de una feligresa, embutidas en medias negras, prietas como la carne de una morcilla… ¡Dios! Apenas terminé el libro, me lancé a leer La Colmena. Y allí encontré a Aurora, Aurorita, cuando le dice eso de “enséñame los pechitos”. Joder, me estoy poniendo malo…

El erotismo es el amor, y el amor sólo puede ser carnal, porque si no hablaríamos de otra cosa, de afecto, o éxtasis místico, aunque, qué quieren que les diga, los éxtasis de Santa Teresa también tienen una carga erótica, que hay que saber verla, pero que si la llegas a ver, te pone, te pone. ¿Y qué me dicen del gran Arcipreste de Hita? El Libro del Buen Amor probablemente sea uno de los primeros libros eróticos de la historia, suponiendo que exista eso que acabo de decir, es decir, libros eróticos. Los libros son como las personas. ¿Hay personas eróticas? Sí, pero no siempre. A mí Angelina Jolie me envenena los sueños, pero no siempre. ¿Entienden? Luego está Henry Miller, que debió pasar la vida en estado de erección permanente. Como dijo Bukowski, cuando Miller era bueno, era muy bueno. Yo añadiría, como dijo Mae West, que cuando era malo, era mucho mejor.

Henry Miller era erótico, del mismo modo que lo es El Lazarillo de Tormes, o Quevedo. De Quevedo no puede decirse que confundiera el culo con las témporas. Quevedo hablaba del culo, y así inauguró una gloriosa tradición literaria, la de los culos, que siglos después Juan Manuel de Prada intentó recuperar dándole otra vuelta de tuerca, al presentarnos aquella novela suya, crípticamente titulada “Coños”. Pero volvamos a Quevedo. El de Villegas daba a entender que estaba obsesionado con el culo, cuando lo que realmente hacía era recuperar la tradición erótico festiva de Rojas y La Celestina, sólo que desde, digamos, otro punto de vista. Con otra mirada. Bueno, sí, con otro ojo. No diremos cuál. Y tanta obsesión, como diría Freud, sólo puede estar enmascarando un deseo sexual insatisfecho. Quevedo, según Freud, se encontraría en la fase anal, psicológicamente hablando. Y ahora que lo digo, anda que Freud no era erótico ni nada… Para Freud todo complejo pasa por el de Edipo. Si tengo una depresión, en el fondo lo que me ocurre es que tengo celos de mi padre, porque recuerdo las cálidas noches de amor con mi madre, cuando yo estaba en la cuna. A mí mi madre no me ponía mucho, pero tengo bellos recuerdos de algunas de sus amigas. Concretamente, me viene a la cabeza un viaje en coche, doscientos kilómetros de un verano con mi pierna infantil pegada a la pierna desnuda de una de esas amigas que… Bueno, no sigo. Volviendo a Freud, no me digan que después de digerir de toda esa sesuda y fría analítica conceptual, no le entran a uno ganas de arrancarle la bata a a mordiscos a la enfermera, o a la psicoterapeuta más cercana… Los divanes de los psicólogos han sustituido, en innúmeras ocasiones, los tálamos nupciales.

Y por cierto, hablando de tálamos me viene a la cabeza Nabokov, no sé por qué. Joder qué cabrón. Cómo escribía. Y qué capacidad de evocación carnal. ¿Lolita es una novela erótica? Lolita es una de las mejores novelas del siglo XX, y quizá una prueba de ello sea que durante mucho tiempo estuvo prohibida, por pornográfica, y mister Vladimir tardó bastante tiempo en encontrar un editor que tuviese lo que había que tener. Claro que a lo mejor Nabokov no iba a Radio Intereconomía y se ponía a hablar de lo divino y lo pornográfico de un modo, digamos, desnudo. Desnudar la pornografía. Otro día, si les parece, hablamos de eso.

La pornografía me parece necesaria, en unos tiempos en los que cada vez se prohíben más cosas. Desaparece el Premio La Sonrisa Vertical, al Gran Berlanga le dice una muchachita en flor que no tiene dinero para vestirla, prohíben las hamburguesas gigantes, las mujeres entradas en carnes quedan sólo para modelos de Botero, en las óperas de Mozart no nos dejan cortarle los cojones a Mahoma (sí, si, ya sé que era la cabeza), la Iglesia, de uno u otro signo, nos dice cómo actuar, con quién casarnos, la forma correcta de fornicar, y no se te ocurra hacerlo con alguien de tu mismo sexo, que te excomulgo. Vivimos tiempos cada vez más pacatos, y estamos llegando a los extremos de que se apalee a la gente por besarse públicamente, que se prohíba celebrar su boda a según qué novios, que el libro de Ratzinger se venda más que el de Nacho Vidal, o, lo que es peor, que la gente sepa quién es Ratzinger pero no sepa quién es Nacho Vidal. O Rocco Siffredi, por poner dos ejemplos ilustres. Como decía mi amiga Lola, nos hemos atascado en la escena erótica, y no sabemos cómo tirar hacia delante, y, mientras tanto, los Otros nos organizan sus fiestas rave alternativas de lo políticamente correcto, y nos dicen qué comer, dónde fumar, cómo vestirnos o con quién fornicar. Esta locura tiene que acabarse. Propongo un par de actividades: más lecturas pornográficas y más sexo. ¿Para cuándo esa megaorgía en el Parque del Oeste? Pásalo.


Antonio López del Moral