Friday, October 31, 2003

La estética del rinoceronte

Mamá:

En las pasadas elecciones nos quedaba el consuelo del cabreo por lo que nos habían robado, por la compra de votos a 1500 millones el diputado, por la manipulación de información, por la vergüenza de que una derecha oscura, prepotente y secular, no contenta con los resultados electorales, los hubiera impugnado de facto, consiguiendo que se repitiesen y salpicando de paso a sus oponentes con la mierda de su poco respeto a la democracia. Podíamos enervarnos con los argumentos que tanto se han visto: que ya habíamos dado nuestro voto, que no tenían por qué repetirse los comicios, etcétera, etcétera. Podíamos, podíamos... pero al final no hemos podido, y yo al menos ya no tengo fuerzas para indignarme, sólo siento un descomunal vacío, una tristeza que me deja sin fuerzas, un desencanto que sólo consigue paliarse en parte con la idea de que al menos Izquierda Unida ha conseguido mantener su cota de heterodoxia en esta farsa, este baile de máscaras de libertades condicionadas por el pensamiento único, la manipulación informativa, el lavado sistemático de cerebros, la reeducación a través de la televisión y los medios de comunicación de los ciudadanos para que dejen de serlo y se conviertan en mansos rebaños de ovejas que ni siquiera balan cuando el lobo les dice que pasen por ventanilla.

Tengo que reconocer, mamá, que lo habéis conseguido. Tú y los que, como tú, jubilados, personas de pocos recursos, empleados de banca, asalariados con empleos precarios, los que sin ser clase acomodada votáis tradicionalmente al PP, habéis logrado convertir a casi todo el mundo en rinocerontes. ¿Recuerdas la obra de teatro de Ionesco? Es una maravillosa alegoría en la cual los habitantes de una ciudad van convirtiéndose paulatinamente en esas bestias. Poco a poco van cambiando sus valores, sus costumbres, sus cánones estéticos, y esos armazones de piel, esos cuernos, que antes les parecían espantosos, brutales, salvajes, se convierten con el tiempo en modelos a imitar, de suerte que, al final, quien aún no se ha metamorfoseado en rinoceronte está deseando hacerlo, y más aún, justifican las actitudes y comportamientos animales de esa nueva raza de ciudadanos con el argumento de que si todos son de esa manera, será por algo. Al final de la obra, sólo queda un hombre, que, entre lágrimas, se pregunta si estará él equivocado, si no tendrán razón los que apuestan por la brutalidad, por los armazones de piel, por los berridos, por los cuernos.

Hoy, en España, en Occidente, la subversión de valores es casi absoluta, y conceptos como la justicia, la solidaridad, la verdad, la honestidad, la igualdad social, se consideran propios de marginales, de radicales y violentos, y defenderlos es casi alinearte con los que rompen farolas y apedrean coches de policía. Nos hemos hartado de escuchar a Aznar y a otros individuos de su calaña referirse despectivamente a Llamazares y los suyos como “los comunistas”, le hemos oído decir no sin vergüenza ajena que “¿en manos de quién va a dejar usted la educación de sus hijos? ¿De los comunistas?, nos ha metido por los ojos tantas veces la idea de que la izquierda es poco menos que un virus pernicioso, nos han repetido tanto que defender la igualdad, lo público y la justicia social es casi como hablar a favor de Chang Kai Chek, que al final su mensaje ha calado, la población lo ha asumido, y el proceso de aceptación de la estética del rinoceronte ha comenzado.

De nada ha servido explicar a quien tuviese ganas de escucharte que las propuestas populares no se sostienen, porque no tiene sentido compaginar la reducción paulatina de impuestos con la mejora de los servicios públicos; porque no tiene sentido hablar de vivienda para todos cuando no se promociona la vivienda social, cuando el precio del suelo, principal factor del escandaloso encarecimiento de los pisos a que hemos asistido durante los últimos años, continúa en manos de ayuntamientos que lo venden al mejor postor, sin preocuparse de la ley de vivienda protegida, y sin que se promulguen normas que impidan la especulación, la falta de vergüenza con la que empresarios afines al PP retrasan la entrega de inmuebles con el fin de venderlos después a casi el doble de su precio. De nada ha servido dejarse la voz en gritar que nos están engañando una y otra vez (con la guerra, con la huelga –acaban de sentenciar a Urdaci por manipulación informativa, ¿y a quién le importa?-, con el Yacovlev, el encarecimiento de la vivienda –Cascos: “alguien compra los pisos”- con el chapapote, con el tema vasco), de nada ha servido quejarse de que en España lo público funciona cada vez peor porque no se destinan recursos, que la escuela pública, la sanidad pública, se van reservando poco a poco a indigentes, y si usted, o yo, queremos una atención de calidad, tenemos que recurrir a lo privado. De nada ha servido, además, denunciar que esas empresas privadas a las que se va vendiendo el pastel pertenecen, por supuesto, a amigos y familiares de los miembros del gobierno, que las oligarquías están más presentes que nunca en España, que los que nos gobiernan son ni más ni menos que los descendientes de los que nos gobernaron cuando en España volvía a amanecer. De nada ha servido todo eso, porque, al final, lo que queda es la mentira que nos presentan, usted no se preocupe de pensar, que ya lo hago yo, y sintonice Operación Triunfo en la televisión pública, que es un programa muy bonito que defiende los valores familiares.

Tengo que reconocer, mamá, que todos vosotros, los que nunca habéis creído en la democracia y ahora vais a votar antes de la misa de doce, los que aceptabais las mentiras oficiales del franquismo, los que os negabais a manifestaros y hasta a protestar porque “a ver si nos va a pasar algo”, los timoratos, los dóciles, los que calláis, los que no hablabais nunca de política, los que os negáis a cuestionar cualquier cosa que diga el gobierno porque el gobierno siempre tiene razón, los que no creéis que las cosas se puedan cambiar, todos vosotros, digo, habéis triunfado. Habéis conseguido transmitir vuestro mensaje de pacatería, de inmovilismo, de cortedad, de materialismo y de desesperanza a toda la población, habéis logrado que ya nadie quiera buscar el mar debajo de los adoquines, habéis, en fin, llegado a un estado de cosas en el que los que son realistas de verdad ya no piden lo imposible, sino que se conforman con que el banco no les suba los tipos de interés. Hoy la única utopía es comprarse una segunda vivienda, hoy los sueños son coches de lujo y te los venden en spots publicitarios, y las ideas no interesan, y las únicas organizaciones sociales con peso son las de consumidores. Me dan ganas de llorar cuando veo la estupidez con la que todos aceptan el estado de cosas, me duele, sí, toda esta España de obreros de derechas (como decía en otro artículo), este país de mercaderes, villanos, ágrafos, comediantes, apoltronados, prepotentes, militares que no protestan por la obediencia debida, creyentes en un dios que sólo comenzó a interesarles una vez crucificado, cuando ya tenía la boca cerrada, papistas de un papa muerto, nacionalistas ridículos que se cuadran ante banderas apolilladas, que se conmueven ante un himno tocado por la corneta de un soldado norteamericano borracho. Me dan ganas de llorar, y siento náuseas, y me tienta la idea de abandonarme, de admitir que las cosas no se pueden cambiar, que es mejor invertir en una vivienda, y bajar la cabeza y preocuparme de mi trabajo y de mi coche, que es mejor aceptar que ser rinoceronte es normal, incluso bello, y que esta noche a las diez hay un especial de Gran Hermano, pero no puedo, algo en mi interior continúa rebelándose contra todo ese estercolero, contra esa filosofía hipócrita, contra esa mediocridad y ese conformismo, y prefiero pensar que todo esto es provisional, que el triunfo de los aznares, de los generales tristes de calcetines sudados, de los empresarios zafios que compran votos y de los que no admiten discrepancias ni diferencias enseguida dejará paso a algo nuevo, y que los rinocerontes se marcharán, y entre los árboles pisoteados volverán a jugar las ardillas.

Antonio López del Moral