Tuesday, November 16, 2004

¿Novelas? ¿Qué novelas?

Dicen que la novela ha muerto, lo cual es tanto como decir que ha muerto Copito de Nieve, esto es, ha muerto alguien que no existe, una entelequia, un zombi, una ficción, porque la novela no ha existido nunca y Copito de Nieve no es Copito de Nieve, sino un gorila con canas.

La existencia de la novela viene del afán taxonómico y clasificador de seres humanos que se empeñan en buscarle tres pies a un gato que tampoco existe, el gato invisible de Alicia en el País de las Maravillas, que tampoco es una novela, es el regalo de un padre a una hija.

En el principio no había novela, había poemas épicos que transcribían la tradición oral, pero que no se leían, sólo partituras que interpretaban con mayor o menor fortuna los trovadores. El mundo era perfecto en su cortedad imaginativa, hasta que llega la Celestina, y poco después el Lazarillo de Tormes, terremoto, todo al revés, y sobre la desnuda tierra, ¡por fin! literatura en estado puro, subversión brutal de lo que hasta entonces se entendía difusamente como un nuevo género, más allá de los poemas épicos de Homero y los cuentos de los trovadores.

Surge esa narración en primera persona, y el camino se parte, se bifurca, y de ese modo tenemos por un lado a los alegres juglares, empeñados en contar historias ejemplarizantes que rimasen, y al Lazarillo de Tormes, pura voz, puro lenguaje, literatura preciosa y pulida, como diría García Márquez, como huevos prehistóricos. Y la máquina se puso por fin en marcha, y los buenos discípulos crearon escuelas y aprendieron, hasta llegar a Quevedo, que fue la cima, el máximo exponente de la literatura, no de la novela, porque, ya digo, la novela no existe, es como Copito de Nieve, un falso gorila blanco que termina por morir de aburrimiento e inacción. Pero justo entonces, cuando parecía que estábamos en el buen camino, surge Cervantes y la inventa, y la novela nace pero muere también en el Quijote, para qué se iban a escribir después más novelas, si Cervantes ya las había hecho todas.

Y, a pesar de ello, los dos caminos continúan separándose cada vez más en la misma dirección, y si uno tuvo que pasar por Proust, Miller, Joyce y Dostoievski, el otro nos llevó a Flaubert, Dickens, Vargas Llosa y Chéjov, aunque lo discípulos de este último (como Carver) jugaban con dos barajas, y hacían bien.

Cuento todo esto no porque pretenda hacer una clase rápida de literatura, un curso CCC acelerado, sino porque quiero entender cómo se llega a lo que se escribe hoy, y por qué se ha abandonado actualmente la novela en su sentido clásico, y se habla de su muerte, y por ahí. Hoy estuve charlando con mis amigos Ángela y Paco sobre literatura. Son chicos de veintidós, veintitrés años, no leen, y su comportamiento está impregnado de ese nihilismo feble tan de moda hoy en día, cultura de botellón, lecturas fáciles, sexo light y cine no cuestionado, lugares comunes, como el de no votar porque ninguna oferta política les satisface. No quiero parecerme a Haro Teqclen hablando de la juventud, las críticas acaban volviéndose contra uno, como serpientes que uno creía bien domadas, la crítica envenena, intoxica, lacera, la crítica, en fin, es como la inteligencia, una especie de droga. La crítica es inútil, pero Paco y Ángela se referían el uno a Nietzsche (filósofo, no novelista), y la otra a Jean M. Auel (novelista, por llamarle de alguna manera, más bien autor de best-sellers), y cuando yo me empeñaba en centrar la conversación sobre escritores más vanguardistas, como W.G. Sebald o Bohumil Hraval, ponían cara de pez y desviaban la atención hacia otros temas.

La novela no ha muerto, o quizá si, o quizá nunca ha existido, hace mucho que no hay novelas, hoy, que se publican más libros que nunca en España, y las vacías ficciones suenan como sartenes huecas en una cacerolada de fantasmas. No sé quién dijo que una persona seria deja de leer novelas a partir de los 40, pero es que la novela en sí es un concepto demasiado serio como para no tomárselo a broma, y ahí está si no Bryce Echenique, genio de sí mismo, que sin querer hacer novela la hace, con esa seriedad irónica del género. Novela, armazón caduco, novela, estructura mantenida artificialmente de pie frente al gigante del cine, novela que aún lucha contra los molinos de viento de sus detractores, entre los que quizá yo mismo me cuento.

No hay novelas, hay historias, y no hay historias, porque todo es pensamiento y lenguaje, Steiner, la semiótica, el estructuralismo y las teorías deconstructivistas son las ciencias que han añadido aires nuevos al arte, a eso que seguiremos llamando novela aunque no lo sea, porque, como diría Cortázar, de alguna forma hay que llamarla. Quienes hacen hoy novelas alimentan un cadáver exquisito que cada vez apesta más, y las academias en las que se siguen organizando seminarios sobre ella son como casas ocupadas por murciélagos (Fontes), en las que Los Otros preparan sesiones de ouija para convocar a las almas de los habitantes de Comala, donde vivía un tal Pedro Páramo.

No es novela, pero de alguna forma tenemos que llamarla, y en esta era de las tecnologías el pensamiento cobra su verdadero valor, la imagen ya no vale más que mil palabras, porque las imágenes hoy nos saturan, y lo que vale más que un millón de palabras es la idea. La idea, el pensamiento, no cotiza a la alza, pero la novela (no es novela, pero de alguna forma tenemos que llamarla), se salvará cuando eclosione hacia la idea, cuando rompa todas las estructuras, las tramas y los armazones, cuando se libere y descarrile de los raíles en los que la colocaron Cervantes y sus secuaces. La novela es más novela cuanto menos novela es, y este ditirambo absurdo, este silogismo en bárbara, encierra la única verdad sobre este género, que, como dice Vargas Llosa, no es más que mentiras.

La estructura se ha carcomido, devorada por el óxido del cine y el periodismo, y cuando Tom Wolfe habló del Nuevo Periodismo y Capote de la Novela de No Ficción, no intentaban más que ceñir una estructura a algo que ya no la tiene, una tautología que ha terminado por fagocitar su propio esqueleto, porque alcanzó por fin la libertad de la madurez, el desarrollo sin tutor. Por eso la novela (no es novela, pero etcétera) al morir deja paso a algo mucho más libre y prometedor, la novela no muere sin descendencia, la novela deja paso a la escritura, al verbo, a lo que fue en el principio, esencia de la literatura, alma de la poesía, del teatro, de la narración y también de la novela, que no es novela, aunque a estas alturas eso ya no le importe a nadie.

Curiosamente hoy, cuando la novela que no es etcétera ya empieza a no hacerse, lo que se vende son las novelas en el sentido más tradicional de la palabra. Ya se sabe que el gentío siempre va por detrás, y así Michael Chrichton, Peter Berling, Pérez Reverte, triunfan, los best sellers abarrotan las librerías, y el mayor éxito editorial de los últimos años es Harry Potter, lo cual podría interpretarse como que el público es más infantil, más simple, menos exigente, y no quieren que le compliquen la vida (es la misma razón por la que, en política, triunfa la derecha: el deseo de no complicarse, de no embrollar el panorama con filosofías, con planteamientos, con programas, conduce irremediablemente al pragmatismo desideologizado del conservadurismo. Por eso a la derecha le interesa que se lea a Harry Potter, o a Pérez Reverte, o, qué diablos, directamente que no se lea). Novelas ligeras, historias suaves, personajes que no tengan caras ocultas ni cuartas dimensiones, es mejor comprender a la primera que perder el tiempo en intentar profundizar, sobre todo cuando no se posee la capacidad suficiente.

Hoy la inteligencia es un valor a la baja, y el interés inicial de un libro se mide, en primer lugar, por el atractivo de su portada, y en segundo, por la longitud de sus párrafos. Hace poco me escribió (es un decir) un individuo que me había leído por internet, y que en un mensaje muy gracioso y lleno de faltas de ortografía me aconsejaba “si kieres k t lean” (sic), que utilizase párrafos más cortos. El márketing llega no ya a las portadas y a los servicios de venta de la literatura, sino también a su estructura y organización. Terminaremos por incluir dentro de los valores de una obra, el que esté editada en letra Comic Sans Serif de 16, un tipo que a mí me gusta mucho, y que las frases “se ven muy bien”, y el papel tiene buen tacto. ¿Cómo no va a morir así la novela? Lo único bueno es que la vida irrumpe, la vida nos desborda, y todos esos tipejos incultos, ágrafos (de nuevo Umbral) y burdos, nos proporcionarán jugosos personajes para futuras cosas de esas que no son novelas, pero coño, de alguna forma tendremos que llamarlas.

Antonio López del Moral