Monday, December 01, 2003

El rey en pelotas

Lo cierto es que después del lamentable espectáculo de aquel corneta que interpretó el himno nacional como si estuviera borracho (y probablemente lo estaba), resulta esperanzador comprobar que al menos en otras partes del mundo, concretamente en Australia, saben apreciar los esfuerzos de nuestro presidente Aznar por exportar lo ibérico. En efecto, ante la atónita presencia de tenistas, miembros dela federación, deportistas y otras especies de la movida patria, James Morrison, ese trompetista con nombre de jazzman obligado a hacer de camarero en un bar, se puso a tocar nada menos que el Himno de Riego. ¡O tempora, o mores! Cuando lo escuché estuve tentado de dejarme llevar por la pasión, ¿qué ocurría?, había sufrido una abducción, la realidad se metamorfoseaba, todo lo anterior, Aznar, el decretazo, la guerra, ¡el pucherazo de la Comunidad de Madrid!, todo pertenecía a un mal sueño, y ya los mejores tenistas del mundo, por supuesto, españoles, se ponían firmes ante el himno de nuestra República. Luego la fiebre pasó rápidamente, los responsables políticos –y subrayo la palabra, hoy todo es política, incluso lo que no lo es- esos comisarios, digo, se apresuraron a hacer oír sus más enérgicas protestas. ¡Estaría bueno! Después de que los rojos han estado a punto de entrar en el gobierno de la Comunidad de Madrid, tras el más que probable asalto al de la Generalitat Catalana, lo único que faltaba es que nos colocasen un himno republicano en un acontecimiento de la importancia de esta Copa Davis. Ya se sabe que el tenis siempre ha sido un deporte muy de derechas, ahí esta, si no, el legado de aquel tenista que jugaba sentado en una silla, René Lacoste, de quien no nos ha llegado su drive o su revés cortado, pero sí el cocodrilo que lucen las señoritas de Serrano y los hijos de Aznar cuando quieren salir en plan casual. Manolo Santana, que hace años intentó lanzar su propia línea de ropa deportiva asociado con un tío mío, pasea actualmente sus excesos por Puerto Banús y otras mecas de la modernidad post Tómbola, y bueno, Alex Corretja se depila las cejas, Ferrero colecciona Ferraris, y aunque ninguno de estos prohombres de la patria cotiza en España –Mónaco, Andorra y otros paraísos fiscales son el hábitat natural del deportista de élite-, el gentío los adora, los encumbra y los considera la punta de lanza del españolismo. Ya que no tenemos científicos, ya que los escritores son personajes extraños que hacen cosas tan pasadas de vueltas como pensar, ya que los actores y directores de cine se dedican a protestar contra la guerra en lugar de centrarse en lo suyo, al menos nos quedan estos chicos deportistas, que el deporte desde siempre ha estado bien visto, ya decía Franco eso de Contamos Contigo, y que viva el Cola Cao.

El caso es que el apretón en las filas ha sido unánime. ¡Qué energía la del secretario de estado para el deporte, Gómez Angulo, cuando protestaba a voz en cuello, desde el graderío, como un hooligan cualquiera, dedo en ristre, corbata en cuello y gesto mordedor! Casi suponía un insulto a la estética del tenis, tan alejada de la del fútbol y otros deportes más de masas, pero el tipo, que los tiene bien puestos, abandonó el estadio como signo de mal rollo y además bajó a los vestuarios e instruyó a los jugadores para que no iniciasen el partido hasta que se tocase el himno correcto. ¡Estaría bueno!

A mí, que todas los orgullos nacionalistas me vienen un poco grandes, o, más bien, estrechos, me importa un bledo el que se toque una melodía u otra. Ya dije en otra ocasión que el mejor símbolo de un nacionalismo es precisamente ese soldado borracho interpretando lamentablemente el himno patrio, mientras, con patética solemnidad, los soldados, los presidentes, ministros, embajadores y prohombres del país, y hasta la cabra de la legión. se cuadran y conmueven, y hacen el saludo militar y sienten cómo se les humedecen los ojos, quizás en parte por la incómoda brisa que suele aparecer en las explanadas donde se perpetran estos actos trasnochados. El concepto de nación y la idea de nacionalismo, que provienen del Romanticismo del XIX, ya han sido ampliamente arrastrados y disgregados por los sucesivos embates de la revolución obrera, del movimiento hippie y, sobre todo, del individualismo keynesiano, el capitalismo razonado por gurús como Alvin Toffler, que encima resultan interesantes, o rebatido por personajes como Noah Chomski, que además emocionan. Cada uno es muy dueño de conmoverse con la música que más le apetezca, de hecho hoy por hoy, con lo de Operación Triunfo y la institucionalización del karaoke como método de composición melódica, lo cierto es que los niveles generales han descendido casi tanto como el Prestige, y los conciertos de gente que no sabe ni cantar, como Enrique Iglesias (todavía me río cuando recuerdo su impagable unplugged), están más abarrotados que un mitin de Bin Laden en Massachusetts. Pero hacer una cuestión de estado por la idiotez de un quítame allá esos himnos me parece una salida de tono, a no ser, claro está, que detrás de todo haya algo más, qué se yo, un temor escondido al retorno de la República, un miedo atávico a que la boda del Príncipe vaya a jorobarse, el pánico escénico a que la gente empiece a darse cuenta de las verdades y deje de creer en la mentira oficial. Yo creo que los tiros van más bien por ahí, y mientras el rancio sentimiento español siga saliendo a flote por temas como este, el populacho seguirá creyendo lo que le cuentan, y el rey podrá continuar paseando en pelotas con su inexistente traje nuevo, aprovechando que nadie tiene arrestos para gritarle que va desnudo.

Antonio López del Moral

Friday, November 07, 2003

Ad náuseam

Confieso que no me lo esperaba. El anuncio de la susodicha boda ha sido el golpe de efecto final, el carpetazo a todo lo que hasta ahora ha venido sacudiendo la conciencia colectiva. Prestige, huelga, guerra, yakovlev, muertos, compra de diputados y manipulación electoral, etcétera, etcétera etcétera, todas las noticias sin excepción, incluyendo los últimos muertos de segunda fila que han caído en el tenebroso paso del Estrecho (y de los que sólo se acordó el genial Carlos Boyero), todas esas informaciones palidecen, se esfuman, se difuminan, pierden realidad y se convierten en humo ante la oportunísima historia de la bella periodista de barrio que se casa con el apuesto príncipe de metro noventa, ese que antañazo portó la bandera en las olimpiadas de Barcelona, el que rechazó a la modelo de vida alegre y a la sobrina del comunista, del que ya decían las marujas desocupadas y los comentaristas couché que se quedaría para vestir santos, ese, sí.

Particularmente me importa tan poco esta estupidez que no planeaba emplear ni un minuto en pensar en ella, puesto que ya se van a ocupar en todos los medios de comunicación y en todos los ámbitos de esta descerebrada sociedad de debatirlo ad náuseam, de presentarnos, como ridículos y pestilentes trofeos, los testimonios de vecinos y familiares, el felpudo en forma de corazón de la casa de Vicálvaro en la que vivía la bella, las fotos de fin de curso de sus compañeros de facultad y colegio o las papeletas de las notas, qué se yo, todas esas memeces que sirven para distraer a las masas y que permiten ocultar los asuntos importantes. No hace ni 48 horas del anuncio oficial, y ya se ha puesto en marcha la formidable maquinaria mediática, la lavadora de cerebros, la apisonadora de inteligencias y voluntades, y ya los debates en televisiones y radios se centran en las cualidades de la futura reina, en si parecía o no parecía feliz, en si tiene talla de princesa y en sus capacidades como periodista, porque claro, es una mujer que ha trabajado desde siempre. No pensaba perder el tiempo en semejante idiotez, digo, pero no me queda más remedio, estoy rodeado, no se habla de otra cosa en todas partes, y poco a poco empiezo a echar humo por la cabeza, mi úlcera brama y mi estómago entra en ebullición como si me hubiese tragado una bala.

He dicho en muchas ocasiones que cada país tiene lo que se merece, que los políticos son un reflejo de la sociedad, y que la sociedad no es más que la suma de sus ciudadanos. Bueno, pues en el caso de España, empiezo a pensar que ni siquiera se llega a la categoría de ciudadanos. El término en el sentido que hoy se entiende se acuñó durante la revolución francesa, cuando los súbditos derrocaron a los monarcas absolutistas, cortaron la cabeza a la antigüedad e iniciaron la nueva época de modernidad y progreso. Liberté, egalité y fraternité, decían. A la mierda con todo eso. Cuando se trueca gustosamente la ciudadanía por el plato de lentejas del consumismo, cuando las ideas se reemplazan por los spots publicitarios, cuando la conciencia social se sustituye por la felicidad compartida del ascenso de una muchachita de barrio, cuando se opta voluntariamente por creer en los cuentos de hadas frente a los cadáveres que escupe el mar, cuando se prefiere danzar en un baile de máscaras mientras la muerte roja asuela los alrededores del castillo, quiere decir que poco queda de humanidad en esos supuestos ciudadanos. Ya sé que hablar de estos temas en momentos en los que todo el mundo está feliz no es políticamente correcto (otra de las gilipolleces yanquis con las que mantienen selladas las bocas de los súbditos), pero es que no entiendo qué ha pasado para que de repente sea más importante la historia de una boda que las historias de cien mil funerales, de un millón de mutilaciones, de un mar envenado, de un ejército de leprosos que se agolpa al otro lado de las murallas, poniéndose de puntillas quizá para contemplar con envidia la felicidad de la extraña pareja y acallar su ira. Se me argumentará que siempre ocurre lo mismo, que es el panen et circensem, o, a la española, el pan y toros, que el Hola! continúa siendo la revista que más vende y que no hay que buscarle más explicaciones, pero aún no me entra en la cabeza, sigo empeñado en que no puede ser.

Claro que viendo estas cosas, se empieza a entender el progresivo deterioro de la enseñanza en España: con una masa inculta, zafia, ágrafa (Umbral dixit), sumida en la ataraxia y la oligofrenia, con una masa dispuesta a olvidarlo todo en cuanto un embaucador les muestra el futuro en papel couché, con ese rebaño de borregos que no leen, que no saben escribir sin cometer faltas de ortografía (sólo perdono a los mayores de 60 años), con esos yonquis de la moda, de los coches, de las rebajas, esos enganchados a la lobotomía y desembarcados del pensamiento, esos adictos al orgasmo de la inanidad, esos soldados de un ejército de zombis babeantes vestidos por Armani, con esos patéticos feligreses de la idiocia se puede mantener el actual estado de cosas, sin temor a que algún día empiecen a cambiar. Asistimos no ya a la conjura de los necios ni a la rebelión de los inexistentes, novelas ambas ya un poco demodé, sino más bien a la revolución torticera de los débiles mentales, el triunfo de los estultos, la entronización televisiva de los inútiles, mentecatos que se jactan del espectáculo de sorber sus propias babas ante el aplauso colectivo (programas como Gran Hermano han contribuido definitivamente al cambio social), y toda esa democracia de los manipulables, esa consentida plurisodomización a calzón quitado, encuentra su expresión máxima en el caramelo de esta boda, en la zanahoria a todo color que ahora muestran al asno para que continúe tirando del carro y procure no cagarse, que queda muy mal en tiempos de bodas reales.

La jugada ha sido, desde luego, maestra, y a partir de este momento cualquier cosa que se haga o se diga quedará no ya ensombrecida, sino ninguneada, frente a la importancia del evento. Las reivindicaciones, las protestas, las (pocas) corrientes de pensamiento social, han sido definitivamente ahogadas, ya no hay sitio para los disidentes, ya los que no participen en la algarabía serán considerados raros, bizarros, marginales, enemigos de la sociedad y por tanto condenados mediante edicto público que aparecerá en un rincón del Hola!, entre esas fotografías que suelen publicar de algún otro imbécil que ha conseguido su propósito de cascar mil nueces con las nalgas. Así que preparémonos, porque, aunque parezca mentira, aunque nos digamos que no puede ser, la ley de Murphy se acabará cumpliendo, y esta situación, como todas, sólo podrá empeorar. ¿Qué será lo próximo? Se admiten apuestas...


Antonio López del Moral Domínguez

Saturday, November 01, 2003

La estética del rinoceronte

Mamá:

En las pasadas elecciones nos quedaba el consuelo del cabreo por lo que nos habían robado, por la compra de votos a 1500 millones el diputado, por la manipulación de información, por la vergüenza de que una derecha oscura, prepotente y secular, no contenta con los resultados electorales, los hubiera impugnado de facto, consiguiendo que se repitiesen y salpicando de paso a sus oponentes con la mierda de su poco respeto a la democracia. Podíamos enervarnos con los argumentos que tanto se han visto: que ya habíamos dado nuestro voto, que no tenían por qué repetirse los comicios, etcétera, etcétera. Podíamos, podíamos... pero al final no hemos podido, y yo al menos ya no tengo fuerzas para indignarme, sólo siento un descomunal vacío, una tristeza que me deja sin fuerzas, un desencanto que sólo consigue paliarse en parte con la idea de que al menos Izquierda Unida ha conseguido mantener su cota de heterodoxia en esta farsa, este baile de máscaras de libertades condicionadas por el pensamiento único, la manipulación informativa, el lavado sistemático de cerebros, la reeducación a través de la televisión y los medios de comunicación de los ciudadanos para que dejen de serlo y se conviertan en mansos rebaños de ovejas que ni siquiera balan cuando el lobo les dice que pasen por ventanilla.

Tengo que reconocer, mamá, que lo habéis conseguido. Tú y los que, como tú, jubilados, personas de pocos recursos, empleados de banca, asalariados con empleos precarios, los que sin ser clase acomodada votáis tradicionalmente al PP, habéis logrado convertir a casi todo el mundo en rinocerontes. ¿Recuerdas la obra de teatro de Ionesco? Es una maravillosa alegoría en la cual los habitantes de una ciudad van convirtiéndose paulatinamente en esas bestias. Poco a poco van cambiando sus valores, sus costumbres, sus cánones estéticos, y esos armazones de piel, esos cuernos, que antes les parecían espantosos, brutales, salvajes, se convierten con el tiempo en modelos a imitar, de suerte que, al final, quien aún no se ha matamorfoseado en rinoceronte está deseando hacerlo, y más aún, justifican las actitudes y comportamientos animales de esa nueva raza de ciudadanos con el argumento de que si todos son de esa manera, será por algo. Al final de la obra, sólo queda un hombre, que, entre lágrimas, se pregunta si estará él equivocado, si no tendrán razón los que apuestan por la brutalidad, por los armazones de piel, por los berridos, por los cuernos.

Hoy, en España, en Occidente, la subversión de valores es casi absoluta, y conceptos como la justicia, la solidaridad, la verdad, la honestidad, la igualdad social, se consideran propios de marginales, de radicales y violentos, y defenderlos es casi alinearte con los que rompen farolas y apedrean coches de policía. Nos hemos hartado de escuchar a Aznar y a otros individuos de su calaña referirse despectivamente a Llamazares y los suyos como "los comunistas", le hemos oído decir no sin vergüenza ajena que "¿en manos de quién va a dejar usted la educación de sus hijos? ¿De los comunistas?, nos ha metido por los ojos tantas veces la idea de que la izquierda es poco menos que un virus pernicioso, nos han repetido tanto que defender la igualdad, lo público y la justicia social es casi como hablar a favor de Chang Kai Chek, que al final su mensaje ha calado, la población lo ha asumido, y el proceso de aceptación de la estética del rinoceronte ha comenzado.

De nada ha servido explicar a quien tuviese ganas de escucharte que las propuestas populares no se sostienen, porque no tiene sentido compaginar la reducción paulatina de impuestos con la mejora de los servicios públicos; porque no tiene sentido hablar de vivienda para todos cuando no se promociona la vivienda social, cuando el precio del suelo, principal factor del escandaloso encarecimiento de los pisos a que hemos asistido durante los últimos años, continúa en manos de ayuntamientos que lo venden al mejor postor, sin preocuparse de la ley de vivienda protegida, y sin que se promulguen normas que impidan la especulación, la falta de vergüenza con la que empresarios afines al PP retrasan la entrega de inmuebles con el fin de venderlos después a casi el doble de su precio. De nada ha servido dejarse la voz en gritar que nos están engañando una y otra vez (con la guerra, con la huelga –acaban de sentenciar a Urdaci por manipulación informativa, ¿y a quién le importa?-, con el Yacovlev, el encarecimiento de la vivienda –Cascos: "alguien compra los pisos"- con el chapapote, con el tema vasco), de nada ha servido quejarse de que en España lo público funciona cada vez peor porque no se destinan recursos, que la escuela pública, la sanidad pública, se van reservando poco a poco a indigentes, y si usted, o yo, queremos una atención de calidad, tenemos que recurrir a lo privado. De nada ha servido, además, denunciar que esas empresas privadas a las que se va vendiendo el pastel pertenecen, por supuesto, a amigos y familiares de los miembros del gobierno, que las oligarquías están más presentes que nunca en España, que los que nos gobiernan son ni más ni menos que los descendientes de los que nos gobernaron cuando en España volvía a amanecer. De nada ha servido todo eso, porque, al final, lo que queda es la mentira que nos presentan, usted no se preocupe de pensar, que ya lo hago yo, y sintonice Operación Triunfo en la televisión pública, que es un programa muy bonito que defiende los valores familiares.

Tengo que reconocer, mamá, que todos vosotros, los que nunca habéis creído en la democracia y ahora vais a votar antes de la misa de doce, los que aceptabais las mentiras oficiales del franquismo, los que os negabais a manifestaros y hasta a protestar porque "a ver si nos va a pasar algo", los timoratos, los dóciles, los que calláis, los que no hablabais nunca de política, los que os negáis a cuestionar cualquier cosa que diga el gobierno porque el gobierno siempre tiene razón, los que no creéis que las cosas se puedan cambiar, todos vosotros, digo, habéis triunfado. Habéis conseguido transmitir vuestro mensaje de pacatería, de inmovilismo, de cortedad, de materialismo y de desesperanza a toda la población, habéis logrado que ya nadie quiera buscar el mar debajo de los adoquines, habéis, en fin, llegado a un estado de cosas en el que los que son realistas de verdad ya no piden lo imposible, sino que se conforman con que el banco no les suba los tipos de interés. Hoy la única utopía es comprarse una segunda vivienda, hoy los sueños son coches de lujo y te los venden en spots publicitarios, y las ideas no interesan, y las únicas organizaciones sociales con peso son las de consumidores. Me dan ganas de llorar cuando veo la estupidez con la que todos aceptan el estado de cosas, me duele, sí, toda esta España de obreros de derechas (como decía en otro artículo), este país de mercaderes, villanos, ágrafos, comediantes, apoltronados, prepotentes, militares que no protestan por la obediencia debida, creyentes en un dios que sólo comenzó a interesarles una vez crucificado, cuando ya tenía la boca cerrada, papistas de un papa muerto, nacionalistas ridículos que se cuadran ante banderas apolilladas, que se conmueven ante un himno tocado por la corneta de un soldado norteamericano borracho. Me dan ganas de llorar, y siento náuseas, y me tienta la idea de abandonarme, de admitir que las cosas no se pueden cambiar, que es mejor invertir en una vivienda, y bajar la cabeza y preocuparme de mi trabajo y de mi coche, que es mejor aceptar que ser rinoceronte es normal, incluso bello, y que esta noche a las diez hay un especial de Gran Hermano, pero no puedo, algo en mi interior continúa rebelándose contra todo ese estercolero, contra esa filosofía hipócrita, contra esa mediocridad y ese conformismo, y prefiero pensar que todo esto es provisional, que el triunfo de los aznares, de los generales tristes de calcetines sudados, de los empresarios zafios que compran votos y de los que no admiten discrepancias ni diferencias enseguida dejará paso a algo nuevo, y que los rinocerontes se marcharán, y entre los árboles pisoteados volverán a jugar las ardillas.

Antonio López del Moral

Friday, October 31, 2003

La estética del rinoceronte

Mamá:

En las pasadas elecciones nos quedaba el consuelo del cabreo por lo que nos habían robado, por la compra de votos a 1500 millones el diputado, por la manipulación de información, por la vergüenza de que una derecha oscura, prepotente y secular, no contenta con los resultados electorales, los hubiera impugnado de facto, consiguiendo que se repitiesen y salpicando de paso a sus oponentes con la mierda de su poco respeto a la democracia. Podíamos enervarnos con los argumentos que tanto se han visto: que ya habíamos dado nuestro voto, que no tenían por qué repetirse los comicios, etcétera, etcétera. Podíamos, podíamos... pero al final no hemos podido, y yo al menos ya no tengo fuerzas para indignarme, sólo siento un descomunal vacío, una tristeza que me deja sin fuerzas, un desencanto que sólo consigue paliarse en parte con la idea de que al menos Izquierda Unida ha conseguido mantener su cota de heterodoxia en esta farsa, este baile de máscaras de libertades condicionadas por el pensamiento único, la manipulación informativa, el lavado sistemático de cerebros, la reeducación a través de la televisión y los medios de comunicación de los ciudadanos para que dejen de serlo y se conviertan en mansos rebaños de ovejas que ni siquiera balan cuando el lobo les dice que pasen por ventanilla.

Tengo que reconocer, mamá, que lo habéis conseguido. Tú y los que, como tú, jubilados, personas de pocos recursos, empleados de banca, asalariados con empleos precarios, los que sin ser clase acomodada votáis tradicionalmente al PP, habéis logrado convertir a casi todo el mundo en rinocerontes. ¿Recuerdas la obra de teatro de Ionesco? Es una maravillosa alegoría en la cual los habitantes de una ciudad van convirtiéndose paulatinamente en esas bestias. Poco a poco van cambiando sus valores, sus costumbres, sus cánones estéticos, y esos armazones de piel, esos cuernos, que antes les parecían espantosos, brutales, salvajes, se convierten con el tiempo en modelos a imitar, de suerte que, al final, quien aún no se ha metamorfoseado en rinoceronte está deseando hacerlo, y más aún, justifican las actitudes y comportamientos animales de esa nueva raza de ciudadanos con el argumento de que si todos son de esa manera, será por algo. Al final de la obra, sólo queda un hombre, que, entre lágrimas, se pregunta si estará él equivocado, si no tendrán razón los que apuestan por la brutalidad, por los armazones de piel, por los berridos, por los cuernos.

Hoy, en España, en Occidente, la subversión de valores es casi absoluta, y conceptos como la justicia, la solidaridad, la verdad, la honestidad, la igualdad social, se consideran propios de marginales, de radicales y violentos, y defenderlos es casi alinearte con los que rompen farolas y apedrean coches de policía. Nos hemos hartado de escuchar a Aznar y a otros individuos de su calaña referirse despectivamente a Llamazares y los suyos como “los comunistas”, le hemos oído decir no sin vergüenza ajena que “¿en manos de quién va a dejar usted la educación de sus hijos? ¿De los comunistas?, nos ha metido por los ojos tantas veces la idea de que la izquierda es poco menos que un virus pernicioso, nos han repetido tanto que defender la igualdad, lo público y la justicia social es casi como hablar a favor de Chang Kai Chek, que al final su mensaje ha calado, la población lo ha asumido, y el proceso de aceptación de la estética del rinoceronte ha comenzado.

De nada ha servido explicar a quien tuviese ganas de escucharte que las propuestas populares no se sostienen, porque no tiene sentido compaginar la reducción paulatina de impuestos con la mejora de los servicios públicos; porque no tiene sentido hablar de vivienda para todos cuando no se promociona la vivienda social, cuando el precio del suelo, principal factor del escandaloso encarecimiento de los pisos a que hemos asistido durante los últimos años, continúa en manos de ayuntamientos que lo venden al mejor postor, sin preocuparse de la ley de vivienda protegida, y sin que se promulguen normas que impidan la especulación, la falta de vergüenza con la que empresarios afines al PP retrasan la entrega de inmuebles con el fin de venderlos después a casi el doble de su precio. De nada ha servido dejarse la voz en gritar que nos están engañando una y otra vez (con la guerra, con la huelga –acaban de sentenciar a Urdaci por manipulación informativa, ¿y a quién le importa?-, con el Yacovlev, el encarecimiento de la vivienda –Cascos: “alguien compra los pisos”- con el chapapote, con el tema vasco), de nada ha servido quejarse de que en España lo público funciona cada vez peor porque no se destinan recursos, que la escuela pública, la sanidad pública, se van reservando poco a poco a indigentes, y si usted, o yo, queremos una atención de calidad, tenemos que recurrir a lo privado. De nada ha servido, además, denunciar que esas empresas privadas a las que se va vendiendo el pastel pertenecen, por supuesto, a amigos y familiares de los miembros del gobierno, que las oligarquías están más presentes que nunca en España, que los que nos gobiernan son ni más ni menos que los descendientes de los que nos gobernaron cuando en España volvía a amanecer. De nada ha servido todo eso, porque, al final, lo que queda es la mentira que nos presentan, usted no se preocupe de pensar, que ya lo hago yo, y sintonice Operación Triunfo en la televisión pública, que es un programa muy bonito que defiende los valores familiares.

Tengo que reconocer, mamá, que todos vosotros, los que nunca habéis creído en la democracia y ahora vais a votar antes de la misa de doce, los que aceptabais las mentiras oficiales del franquismo, los que os negabais a manifestaros y hasta a protestar porque “a ver si nos va a pasar algo”, los timoratos, los dóciles, los que calláis, los que no hablabais nunca de política, los que os negáis a cuestionar cualquier cosa que diga el gobierno porque el gobierno siempre tiene razón, los que no creéis que las cosas se puedan cambiar, todos vosotros, digo, habéis triunfado. Habéis conseguido transmitir vuestro mensaje de pacatería, de inmovilismo, de cortedad, de materialismo y de desesperanza a toda la población, habéis logrado que ya nadie quiera buscar el mar debajo de los adoquines, habéis, en fin, llegado a un estado de cosas en el que los que son realistas de verdad ya no piden lo imposible, sino que se conforman con que el banco no les suba los tipos de interés. Hoy la única utopía es comprarse una segunda vivienda, hoy los sueños son coches de lujo y te los venden en spots publicitarios, y las ideas no interesan, y las únicas organizaciones sociales con peso son las de consumidores. Me dan ganas de llorar cuando veo la estupidez con la que todos aceptan el estado de cosas, me duele, sí, toda esta España de obreros de derechas (como decía en otro artículo), este país de mercaderes, villanos, ágrafos, comediantes, apoltronados, prepotentes, militares que no protestan por la obediencia debida, creyentes en un dios que sólo comenzó a interesarles una vez crucificado, cuando ya tenía la boca cerrada, papistas de un papa muerto, nacionalistas ridículos que se cuadran ante banderas apolilladas, que se conmueven ante un himno tocado por la corneta de un soldado norteamericano borracho. Me dan ganas de llorar, y siento náuseas, y me tienta la idea de abandonarme, de admitir que las cosas no se pueden cambiar, que es mejor invertir en una vivienda, y bajar la cabeza y preocuparme de mi trabajo y de mi coche, que es mejor aceptar que ser rinoceronte es normal, incluso bello, y que esta noche a las diez hay un especial de Gran Hermano, pero no puedo, algo en mi interior continúa rebelándose contra todo ese estercolero, contra esa filosofía hipócrita, contra esa mediocridad y ese conformismo, y prefiero pensar que todo esto es provisional, que el triunfo de los aznares, de los generales tristes de calcetines sudados, de los empresarios zafios que compran votos y de los que no admiten discrepancias ni diferencias enseguida dejará paso a algo nuevo, y que los rinocerontes se marcharán, y entre los árboles pisoteados volverán a jugar las ardillas.

Antonio López del Moral