Friday, February 06, 2004

El baile de los fantoches (carta abierta a José María Aznar)

No sé si esto obedecerá al principio de Peters, ya saben que cuanto más alto es el cargo de una persona tanto mayor es su nivel de incompetencia, pero cuando miro todas las cosas que están pasando en el mundo, me inclino a darle la razón. ¿Por dónde prefieren que empecemos? ¿Por la guerra de Iraq, donde se acaba de reconocer que no había realmente armas de destrucción masiva, y que todo fue una confusión? ¡Pero qué demonios nos están contando! Una equivocación puede cometerse en muchos terrenos, y también en el político, una equivocación política fue, por ejemplo, la reunión de Carod con ETA (enseguida entro en ese tema), pero no se puede considerar tan alegremente “una equivocación” la decisión de declarar una guerra, involucrar a varias potencias, bombardear un país infradesarrollado y matar a miles de personas, a no ser, claro, que detrás de ese error se oculten, como efectivamente se ocultan, los intereses económicos puros y duros, o, por decirlo sin eufemismos, el afán de rapiña. Afán de rapiña del que no se libra, por supuesto, nuestro presidente Aznar, que mintió descaradamente cuando pidió de forma vergonzante a la población española que “confíen en mí, que si hago esto es porque sé que hay armas de destrucción masiva”. ¡Qué falta de vergüenza, qué descaro, qué apelación más patética a la ingenuidad y la estupidez de los ciudadanos! Es como si nos estuviese diciendo “no os preocupéis, que yo sé lo que hago y lo hago por vuestro bien”. Parafraseando a Michael Moore, habría que repetir lo que éste dijo en la entrega de los Oscar: es usted un asesino, señor Aznar, es usted un asesino, y un imbécil, y lo peor de todo es que toma usted por imbéciles a todos los españoles que le votan, y que probablemente lo sean. Y no lo dijo por faltar al respeto, sino por definir con exactitud, porque imbécil es votar a quien ha mentido, a quien nos ha llevado a una guerra, a quien ha asesinado en nombre de no sé qué armas de destrucción masiva, y a quien ha destruido un país entero por el único afán de enriquecerse, de propiciar el que empresas afines claven sus picos de buitres en el subsuelo petrolífero de la región. Es usted un asesino y un imbécil, señor Aznar, porque, continuando con mi afán de definir con rigor, y sin intención de faltarle al respeto, asesino es quien mata o quien propicia que alguien muera por intereses económicos, comerciales, políticos, o simplemente por intereses de la índole que sean. E imbécil es quien antepone su frágil ego de pasante de notarías de provincia a cualquier otra consideración, quien sonríe de forma babosa cada vez que el presidente de Estados Unidos le pone la mano encima del hombro, quien como toda justificación ante los muertos que su irresponsabilidad y su cortedad política han causado, argumenta que “yo estaba convencido de que existían esas armas de destrucción masiva”. ¿Pero qué argumento es ese? ¿Acaso es digno de un presidente del gobierno? ¿No se parece más bien a las pueriles justificaciones de un niño pillado in fraganti en alguna falta? Así que, señor Aznar, o es usted imbécil, o es un mentiroso, porque yo no me creo sus razones, no creo que estuviese usted convencido de nada, y me inclino más bien a pensar que se encontraba bajo los efectos de una sobredosis de fritos de maíz, cuya manifestación más evidente fue el acento tejano que se trajo usted de aquella memorable reunión con el señor de las botas. Declarar una guerra con la ligereza con la que usted lo hizo, sin contar con la opinión mayoritaria de la sociedad española, que se lanzó a las calles, pasando por alto el sentir del pueblo que, increíblemente, le llevó a ocupar el puesto que aún ocupa, es o debería ser un delito recogido en el derecho internacional, y por el que usted debería ser procesado por crímenes contra la humanidad.


Pero hay más, mucho más. El partido que usted lidera y la política practicada por su gobierno durante los últimos años han sumido este país en una involución gravísima de la que tardaremos mucho tiempo en recuperarnos. Los recortes de libertades saltan a diario a las primeras planas de los periódicos, los escándalos se suceden, pero aquí nadie dimite, y su única respuesta es echar balones fuera y provocar otros escándalos, para tapar los que les manchan a ustedes. ¿Quiere que hablemos de cómo sus concejales abusan sexualmente de menores (en Galicia, feudo de ese otro cavernícola llamado Fraga), y luego le echan la culpa a la izquierda, a la liberación sexual y a las parejas de hecho? ¿Pero es que de tanto jugar al pádel se les han galvanizado las neuronas? ¿Es que no ve usted en lo que sus adláteres están convirtiendo este país? Se torpedea la promulgación de leyes en el Congreso a favor de la adopción de niños por parejas homosexuales, se resiste denodadamente a equiparar los derechos de las parejas de hecho a las de los matrimonios tradicionales, la iglesia se mete con cada vez más insistencia en los asuntos civiles, y, como consecuencia de esto último, se impide, por ejemplo, que se avance en investigaciones tan trascendentales como la de las células madre, o que se evite la propagación del SIDA mediante un método tan eficaz y sencillo como la utilización de preservativos. La iglesia, en la que usted tanto confía, está metiendo sus tentáculos de forma inadmisible en el estado, que debería ser laico y que no lo es, porque, señor Aznar, usted tiene un teléfono rojo directo con la Conferencia Episcopal, y los obispos le dictan las políticas educativas y sociales, como ha quedado ampliamente demostrado en la recientísima intención de éstos de llevar a la escuela sus ideas sobre sexo y malos tratos. La educación pública en España, que cuenta cada vez con menos recursos, está siendo sutilmente derivada a las manos de la iglesia, y así, los colegios privados religiosos reciben cada vez más subvenciones, y, lo que resulta aún más inadmisible, centros privados que no se definen como católicos lo son de facto, y así los padres que llevan a estos a sus hijos buscando una alternativa laica y privada se encuentran con la negra mano del Opus Dei, la sombra cada vez más alargada de los cipreses de ese cementerio que es el catolicismo. Y los ministros, felices, y el presidente, comulgando a diario en misa, y la Botella organizando cuestaciones, y Federico Trillo de rodillas en el reclinatorio privado que ha ordenado montar en el Ministerio de Defensa, donde bebe a diario por las mañanas el vino del éxito y de la sangre de las víctimas de Irak. La Iglesia resurge con mucha más fuerza, la Iglesia se cree ya con derecho a decirle al Gobierno lo que tiene que hacer, la Iglesia se crece, la Iglesia se cabrea cuando en un colegio privado y cofinanciado con fondos públicos una muchachita musulmana reclama que quiten de la pared un crucifijo que le ofende. La Iglesia es una institución profundamente antidemocrática, y el mayor exponente de esa falta de libertad y de respeto es la figura misma del Papa, el tercero en discordia en el baile de los fantoches, junto a Aznar y Bush. Y es que “su santidad” entraría también en esa categoría de asesino, o imbécil, o ambas cosas a la vez, cuando se niega, como decía antes, a la investigación, y cuando recomienda no usar preservativos, totalmente inconsciente de su lamentable influencia en tantas personas en el mundo. Imbéciles, asesinos, inconscientes practicantes de la muerte por dejación, amigos de la pena de muerte y enemigos de la eutanasia y del aborto y, por tanto, de la mujer, enemigos de las parejas de hecho, enemigos de los homosexuales, enemigos de los pobres, a quienes conviene tener a las puertas de las iglesias, para lavar la conciencia al salir dándoles unos céntimos, enemigos de las políticas sociales “propias de rojos”, enemigos de la razón y adeptos al fanatismo y al oscurantismo, porque las religiones, sean de la índole que sean, siempre son fanatismos cuando trascienden el ámbito de lo privado, y en Europa la Iglesia – Estado se superó en la Edad Media, y hoy los regímenes teocráticos sólo existen en los países subdesarrollados, países que permanecen en esa Edad Media, y, señor Aznar, no nos merecemos que nos gobierne una institución como la Iglesia Católica, que tarda una media de treinta años en condenar los crímenes de los regímenes que le son afectos, como ese del que usted desciende directamente, y del que se negó no hace mucho a hablar en el Congreso de los Diputados.

La cuestión de Carod Rovira, con ser grave, no es más que el chocolate del loro, la zanahoria que han puesto delante del burro para que vaya tirando, y para que no piense en todos los demás asuntos. Algo similar a lo de la boda del príncipe, mientras llega la boda, ponemos otra sesioncita de Operación Triunfo, y sacamos el escándalo de Carod Rovira, que ha pactado con ETA y manchado así de mierda, al partido socialista. Y de ese modo alguien como Mariano Rajoy, personaje que ejemplifica a la perfección la máxima derechista de “virtudes públicas y vicios privados”, ve cada vez más cerca el sillón presidencial de la Moncloa. Carod Rovira no es más que un pobre idiota, alguien a quien el puesto le ha venido muy grande, una cabeza de turco que ha servido para alejar al PSOE del poder, y los populares, conscientes de que a ellos se les perdona todo (guerra de Iraq, chapapote, escándalo de la Comunidad de Madrid, fascistadas de Fraga, etc, etc, etc), pero que a los socialistas no se les pasa ni una, han aprovechado muy bien la situación, y han conseguido que la izquierda aparezca una vez más como un grupo de indocumentados indignos de ostentar el poder. Y mientras tanto la situación amenaza con perpetuarse, el pensamiento se unifica cada vez más, se convierte en un monolito en el que no se admiten las discrepancias, y la lapidación mediática que la Asociación de Víctimas del Terrorismo ha hecho de Julio Medem por su película La Pelota Vasca, sin pararse siquiera a escucharle o a entender lo que decía en ella, es un exponente muy claro de la corriente ideológica que impera dentro del propio Partido Popular. Aznar explota muy bien la situación, y recientemente habló delante de esa asociación, presentándose él también como una “víctima del terrorismo”, y estoy de acuerdo con que no hay que pactar con ETA, que no hay que justificar lo injustificable, etcétera, pero de ahí a ejercer conscientemente la censura y a impedir que alguien se exprese libremente va un mundo. Carod Rovira ha sido utilizado descaradamente, igual que se utiliza el terrorismo con fines políticos, igual que se utiliza a las víctimas de ETA para ganar votos, y prestar atención a esa cuestión sólo sirve para enmarañar el paisaje, para crear cortinas de humo que impidan ver lo que está ocurriendo realmente: que el Gobierno espiaba a un representante de un partido democrático, que tuvo la ocasión de detener a un dirigente etarra y no lo hizo, y que la razón de que no lo hiciese apesta a electoralismo. La idea de España que tiene el PP es anacrónica, monolítica y en ella no caben divergencias ni opiniones contrarias, el PP no tolera que existan comunidades en las que no gobierna, y si existen no interesan, y si interesan se saca el Dragon Rapide y se hace lo que haga falta por tomarlas, igual que pasó con la Segunda República Española. El PP no debería engañar a nadie, porque está muy claro lo que es, un grupo de cavernícolas que aún no han aprendido democracia, un grupo de empresarios sin escrúpulos atentos sólo a los intereses económicos, una cofradía de zafios cuya idea de la cultura son los vodeviles de Norma Duval, no deberían engañar a nadie, pero lo hacen, continúan ganando elecciones, y lo cierto, señor Aznar, es que la única explicación que se me ocurre es que la mayoría de la población española es tan mediocre como usted, se identifican con sus tics, sus sonrisas y sus carencias, y por eso le votan. Lamentablemente somos, señor Aznar, un país de charlotines, pequeños hitleres reaccionarios y acomplejados a su imagen y semejanza, y mientras su partido continúe ostentando el poder, impidiendo el desarrollo cultural y democrático, manipulando la información (no tengo tiempo ahora de hablar de Urdaci), la educación, la investigación y hasta el cine, recortando los derechos fundamentales y negando sistemáticamente la existencia de otras realidades, la situación tenderá a perpetuarse indefinidamente, y continuaremos nadando en la mierda, repitiéndonos esa otra gilipollez suya de que España va bien.

Antonio López del Moral