Thursday, January 13, 2005

La lógica del cash flow

Coincide la famosa campaña para promocionar el referéndum de la cosa europea con más curiosos asuntos, como el ya casi pasado de moda maremoto del Pacífico (es lo que tiene la globalización mediática: que todo lo frivoliza, e induce al olvido), y con ese otro maremoto político que ha causado casi los mismos muertos y que, sin embargo, no provoca ya tanto revuelo: el reconocimiento oficial del gobierno de Bush de que no había armas de destrucción masiva en Irak. Nos mintieron, amor, ya lo sabíamos, nos engañaron como a ovejas, nos arrastraron a una guerra en la que sólo ellos creían, y masacraron a los niños, y a las madres, y destruyeron las escuelas, y las calles, y anegaron la región en sangre y ruinas, y ahora se empeñan en meter a presión, con calzador y si hace falta a tiros, esa burla de las elecciones, o sea, escoja usted entre los candidatos que yo le diga, elija, elija, que no se diga que en Irak ahora no hay libertad, hombre, por Dios.

Creo que hace falta ser muy ingenuo, por decirlo de alguna manera, para tragarse esa bola de sangre y mentira, creo que sólo desde el desconocimiento, la ignorancia, la mala fe o el dejar pasar se pueden aceptar como válidos planteamientos semejantes. Resulta que a los poderosos, que siempre se habían opuesto a ella, ahora se les llena la boca hablando de democracia y elecciones, que participe el pueblo, que no se diga, que voten, que voten, poder popular, libertad sin ira, escoja usted su candidato, y luego compre un frasquito de colonia, porque yo lo valgo y porque usted patrocina estos comicios.


Pero volvamos a lo de Irak. ¿Con qué argumento justifican ahora el que Sadam esté en Guantánamo? Sadam es un hijo de puta, es el hijo de puta que gaseó a los kurdos, pero no nos engañemos, más cabrón es Pinochet, y ahí lo tienen, al pobrecito, que no lo quieren juzgar porque está muy mayor, el hombre, aunque luego se levante de la silla de ruedas, como Lázaro, que regresó de entre los muertos, o algo así. Pero los muertos de verdad no resucitan, ni al tercer día ni la noche del juicio final, los muertos de verdad, los olvidados, se pudren en fosas comunes de cal viva y sangre seca. De hijos de puta esta lleno el panorama mundial, y no se salva nadie que tenga poder, porque ya decía no sé quién que el poder corrompe. Si todos los hijos de puta tuvieran que estar en la cárcel, Aznar, Bush, Blair y Berlusconi irían los primeros, por asesinos, por mentirosos, por ladrones que declararon una guerra para robar petróleo. El problema es que mientras un hijo de puta persigue a otro, nos dejamos por el camino a cien mil muertos, y luego el hideputa defenestrado se sale por la tangente con un quítame allá esos juicios y amnistías.


Pero quizá para que olvidemos, nos salen ahora con la puñetera campaña, que si la Europa de la solidaridad, que si todos juntos, y aparecen Iñaki Gabilondo, y Loquillo, y otras personalidades y/o artistas más o menos comprometidos, y nos piden que votemos. Voten, voten lo que sea, pero voten, participen, que eso es la democracia.

Yo creo que estas elecciones sólo son otra farsa más. El estado europeo, si se termina por crear, prescindirá de los ciudadanos, como acaban por prescindir todos los estados. El estado moderno, el estado neoliberal, o sea, sigue las tendencias de la moda, y se apunta al rollito anoréxico. Quiero decir que pesa cada vez menos, y se limita no ya a ser un gendarme de la economía, como preconizaban Adam Smith y otros popes del liberalismo, sino a simplemente existir, cobrar impuestos, otorgar prebendas y concesiones a empresas afines, regalar los servicios públicos a esas empresas, venderlo todo, quitarse responsabilidades de encima y presentarlo después todo muy bien envuelto y acicalado.

El estado moderno es un producto más de márketing, igual que los partidos políticos, el estado moderno no tiene fuerza para parar los pies a las empresas, que le dicen cómo legislar (o si no vean el rapapolvo que le han echado los empresarios al de economía, ese –poco- solvente Solbes). El Estado moderno no construye carreteras, sino que subcontrata con algún amiguete, el Estado moderno no educa, no arregla los desconchones y las goteras de los colegios públicos (allí sólo van inmigrantes) sino que subvenciona los centros privados de sus sectas religiosas afines. Y cuando digo Estado no me refiero sólo al Estado central, que tiene cada vez menos peso, sino también a esos estados vicarios autonómicos, esas delegaciones regionales que crean la falsa sensación de independencia, oiga, que con las competencias transferidas, es que esto se parece cada vez más al federalismo.

Al Estado moderno, decía, todo eso le trae sin cuidado, porque en la onda neoliberal, los que mandan son los consejos de administración de las empresas. ¿o es que hay alguien que dude que en este país tiene más capacidad de decisión Emilio Botín (gran apellido para un banquero) que el presidente del gobierno?

Así que en este orden de cosas no deja de tener su lógica la cuestión de la guerra. Si de los servicios públicos se ocupan las empresas, si del bienestar del ciudadano se tiene que preocupar él mismo (cada perro que se lama su cipote, como decía Cela), ¿qué le queda al estado? La guerra. El estado necesita guerra, porque es una de sus razones de ser.

Me pareció muy significativa esa escena que recalca Michael Moore en su película Fahrenheit, en la que, cuando se produce el ataque contra las torres gemelas, Bush se reúne inmediatamente con su gobierno. Pero su gobierno... ¡son cuatro!: Condoleeza Rice, Colin Powell, Donald Rumsfeld y él mismo. El famoso estado de Estados Unidos, en pleno, el destino del mundo en manos de esos cuatro siniestros personajes, el acabóse.


Así que no me vengan hablando de democracia. Democracia no es votar para que las decisiones las tomen los cuatro fantásticos de turno. Democracia no es ir reduciéndolo todo y focalizándolo hacia una cosa central y lejana y difusa llamada estado. Democracia, si es que eso fuera posible, sería participar, protestar, implicarse, asociarse, pelear las cosas, derribar a los poderosos, porque el concepto de poderoso es opuesto al de democracia. Hay quien opina que esto no es posible, que no se puede estar todos los días a pie de calle, y que es mejor delegar y que sean otros los que tomen las decisiones. El problema es que al final las decisiones se diluyen, se terminan por asumir por intereses económicos, empresariales, privados o espúreos, y si el estado es muy fuerte, malo (no vamos a hablar aquí de las dictaduras), pero si son cuatro gatos, o ese simple gendarme de la teoría liberal, peor, porque entonces llegamos al todo vale, la ley del más fuerte, la dictadura del consejo de administración, y la lógica del cash flow.


Pensaba votar que NO a esa Europa del capital, pero creo que ni siquiera voy a participar en la farsa. Me niego a refrendar, siquiera con mi negación, el montaje de un macroestado tan alejado de la realidad, me niego a colaborar en la creación del gran parque temático de los bancos, las corporaciones financieras y las multinacionales, esta especie de costa polvoranca en la que en las enormes discotecas nos venderán el éxtasis adulterado del consumo, el escaparate y el “Europa va bien”, mientras a las puertas los desarrapados se ahogan sobre pateras de sangre y mentira.

Creo que la humanidad, a estas alturas de la película, debería ser capaz de articular una alternativa, una sociedad diferente, por supuesto sin clases, aunque no me voy a meter ahora en ese tema, que luego me dicen que doy la brasa con Bakunin. El estado moderno, inventado en la edad media por los reyes y sus cortes de palafreneros que freían a impuestos al pueblo y que te quemaban en una hoguera a la que te descuidabas, está ya superado por la historia y la realidad. El Estado moderno apesta, al Estado moderno le sobran las empresas y los bancos, pero también los votos y las elecciones, por irrelevantes, y le falta contacto con la calle. O sea, que a lo mejor lo que sobra es el Estado. En fin, creo que hay que buscar formas diferentes de organización, hay que pensar, hay que debatir, hay que participar y no quedarse fuera. Mientras tanto, que voten ellos y que les vote quien se trague el cuento.

Antonio López del Moral