Lo más alucinante son los comentarios del personal. Que si podían quedarse en su puto país, que si la culpa de todo esto la tiene la televisión, porque les muestra el paraíso en la otra esquina, como diría el otro. Claro. Ven que en Occidente hay coches, y ti ndas, y gimnasios con spa y pilates, y otras gilipolleces por el estilo, no hay color, oiga, yo es que entre pisar las calles nuevamente de lo que fue N’Yamena, Abuja, Kampala o Kigali ensangrentados, o sea sabes, que me quedo con los suburbios de cualquier capital europea, ver si aquí me dan dos petit suisses, o viene el primo de zumosol que he oído decir que el desayuno es la comida más importante
Son las cosas de la globalización, que globalizar globaliza, pero sólo la publicidad, el comercio descarado, eso sí, con precios ajustados a la realidad de cada país, que, como los precios son algo ficticio que se sacan de la manga los del departamento de márketing, pues qué más da, si al fin y al cabo las Nike las cosen los hijos de estos hijos de puta desgraciados, pues que se las compren a precios locales, si es que les llega después de pagar la… ¿cómo se llama la mierda esa que comen? ¿Sopa de sémola?
Lo de poner un negrata en tu vida queda muy bien, dentro de nada hacemos unas galas en televisión para apadrinar un niño, que con sesenta euros al año le pagas la escolarización, porque en estos países asquerosos la educación cuesta menos que nada. Hay que tener la conciencia tranquila, el domingo voy a misa, y como aquí los pobres los han quitado de la puerta como medida de maquillaje (o de peeling, o, en Cervantes, exfoliación), pues hago una transferencia por internet, que es más moderno, ¿cuál era el número de cuenta de la oenegé esa?
El horror de la realidad nos llega amortiguado, atemperado por la televisión, donde tienen órdenes concretas de no mostrar las imágenes más crudas, que los niños están todo el día delante del televisor, y pobrecillos, bastante tienen con la pleiesteision como para encima ver a un negro cubierto de harapos dejándose literalmente la piel en los pinchos de una valla. Porque, claro, luego empiezan con las preguntas. Ayer por la noche mi hija quería saber por qué vienen a España. Pues hija, porque en su país no hay comida, y ven que aquí sobra. ¿Y por qué no les enviamos alimentos, y así se quedan allí? Porque no es sólo la comida, es el trabajo. ¿Y por qué no les enviamos empresas, para que les den trabajo? Pues, porque, hija, a las empresas no les interesa, porque no venden, y lo de que ellos trabajen o no, les da igual, sólo quieren vender, y cuando van a estos países es porque a esta gente les pagan muy poco, y fabrican las cosas allí, pero las venden aquí, y además los que trabajan son los niños porque cobran menos, y eso no está bien. Y mi hija asentía muy seria, y me decía: no, eso no está bien. Y su cabeza seguía dándole vueltas a esas preguntas, las mismas que yo me hacía, y para las que no pude darle ninguna respuesta seria, porque si todos nos pusiéramos serios, tendríamos que concluir que esto no funciona, que la mentira de Occidente apesta, que nos hemos tumbado a tomar el sol en un solarium construido sobre millones de cadáveres (poco o nada) exquisitos.
La realidad nos asalta, nos supera, nos viola en nuestra comodidad de estuco y cuero de primera calidad, la realidad no es un robo, es un puñetazo en el estómago, pero por suerte la percibimos a través de la televisión, y así parece menos realidad, y así nos recuerda a una peli de Michael Moore, y así la situamos en la misma categoría que los últimos estrenos, ¿has visto ya lo de Torrente?
La realidad rompe aguas, pero nunca salen de la pequeña pantalla, y asistimos al huracán Katrina, al terremoto de Pakistán, al ciclón de Guatemala, al apartheid y genocidio palestino, que ya aburren, por persistentes, a los atentados de Al Qaida, o al drama de los negros arrojados al desierto por el gobierno marroquí, con la misma elegante y estudiada indiferencia con la que comentamos lo de que la golfa de la modelo esa se mete coca, o el triunfo de Fernando Alonso, es que este chaval es la hostia, ¿eh?, y corre con Renault, ya ves tú, ni Ferrari, ni BMW, ni Mac Laren, es el triunfo de los humildes, tiene cojones.
Nos importa más que echen a una tía con cara de pie de Operación Triunfo, que expulsen por la fuerza a 1400 negratas al desierto, el Gran Desierto, donde los hombres son hombres, y sólo sobreviven los más fuertes. Y es que en eso consiste el capitalismo, después de todo, ¿no? En ignorar el dolor, como el miserable ese de barbas del PP, en mirar hacia otro lado, en tratar de sacar tajada política en cualquier situación, ya sean los jirones de piel de los subsaharianos, o el matrimonio entre homosexuales, tú legisla, que nosotros montamos la mani.
Pero hoy no quiero hablar de esos cerdos hipócritas, sino más bien de la sociedad en general que tanto les gusta, y en la que acaban de descubrir los inconfesables placeres de la democracia. Estamos encantados con nuestros ipods, la Internet de alta velocidad, nuestros cochecitos con cinco estrellas en el test Euroncap, pero siempre olvidamos que a la mayoría de la gente del planeta las únicas estrellas que le interesan son las que ven por las noches cuando se tienden a dormir a cielo raso. ¿Y todavía nos sorprendemos de que quieran venir? Pero, qué curioso, lo que les atrae no es el spa, ni la internet, ni el ipod, con lo que mola el juguetito, fíjate, porque nadie se lanza a cruzar el Estrecho montado en una nevera para tener un emepetrés que llevarse a la oreja. Lo que les atrae es simplemente el hambre, la desesperación, el frío, el camino cerrado, el pánico a las balas y a los machetes, lo que les atrae es el terror a la amputación, el miedo escénico al fusilamiento o a la horca, lo que les atrae es la repulsión de lo sórdido, la angustia de la selva devastada, la disonancia cognitiva de la ablación, de la enfermedad endémica, de la ausencia de agua potable. Lo que les llama la atención no son ni las pantallas de plasma, ni los jomcinemas, ni los teléfonos móviles con sonido real y videocámara, lo que les llama la atención es pensar que aquí, por muy mal que se encuentren, aunque tengan que trabajar sin contrato, catorce horas diarias, y cobrar una mierda, por lo menos trabajan y cobran y comen, que ya es algo, y sin el peligro añadido de que les peguen un tiro por la espalda.
¿De qué nos sorprendemos? No se puede vender a todo el mundo la moto del capitalismo y la democracia, es que lo mío es lo guay, ¿sabes?, y cuando vienen todos en masa, porque, oyess, Lobo López, me has llegado al alma, estoy toda ansiosa por ver esas cosas que tu tele me habla, resulta que no, que mira, que mejor te quedas en tu puto país, con tus dictaduras, tu tribalismo, tu animismo. Mejor apagas la tele y le preguntas otra vez al brujo de la tribu, como hacías antes, y si a las niñas les cortan el clítoris, por algo será, ¡guarras!. Que yo aquí, tengo otras cosas más importantes en qué pensar. Como, por ejemplo, el hermano de una compañera de mi trabajo, que vive en Nueva York, y que acaba de llamarla por teléfono, preocupadísimo: resulta que ha descubierto los bidés, porque en Estados Unidos no hay, y se ha pasado horas visitando tiendas on line de diseñadores (no sé si Phillippe Stark se ha metido ya en ese prometedor terreno), y vamos, que lo mismo está ya escribiendo una carta al presidente, o montando una empresa de import-export por internet. Teniendo en cuenta que en Estados Unidos fue hace no mucho una cuestión de política nacional el tamaño de las cisternas de los váteres, esto de lavarse el culo en una palangana pegada a la pared seguro que dará mucho juego. Y, con respecto a los negros… ¿qué negros?
Sunday, October 16, 2005
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